vie. Nov 22nd, 2024
Publicado a comienzos de los setenta y desaparecido de las librerías desde hace muchos años, este ensayo, que en su origen fue la tesis que le valió a Vargas Llosa en 1971 el título de doctor por la Universidad Complutense de Madrid, muestra la admiración del Nobel peruano por García Márquez y por su novela Cien años de soledad. En él se analiza en profundidad la obra del autor colombiano, compañero de Vargas Llosa en el boom.

«Un escritor no elige sus temas, los temas lo eligen a él. García Márquez no decidió, mediante un movimiento libre de su conciencia, escribir ficciones a partir de sus recuerdos de Aracataca. Ocurrió lo contrario: sus experiencias de Aracataca lo eligieron a él como escritor. Un hombre no elige sus “demonios”: le ocurren ciertas cosas, algunas lo hieren tanto que lo llevan, locamente, a negar la realidad y a querer reemplazarla. Esas “cosas”, que están en el origen de su vocación, serán también su estímulo, sus fuentes, la materia a partir de la cual esa vocación trabajará. Pero en el caso de García Márquez la naturaleza de su obra permite afirmar que aquella experiencia, sin negar la importancia de otras, constituye el impulso principal para su tarea de creador.» Mario Vargas Llosa.
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Hoy ambos autores son considerados universalmente dos de los máximos exponentes de la literatura en español, pero por aquel entonces estaban empezando su carrera como novelistas.

En Dos soledades  se sitúan frente a frente dos escritores, dos genios literarios, dos maneras diferentes de entender la literatura, dos temperamentos en cierto modo contradictorios, dos formas distintas de narrar. Son los tiempos en que el boom se está gestando, en los que todavía no se ha acuñado nombre para lo que hoy conocemos como «realismo mágico». En estas páginas apasionantes, el lector asiste a una conversación sin igual. La edición incorpora textos de Juan Gabriel Vásquez, Luis Rodríguez Pastor, José Miguel Oviedo, Abelardo Oquendo, Abelardo Sánchez León y Ricardo González Vigil, quienes rememoran, la mayoría en calidad de testigos, aquel diálogo; y además, dos entrevistas al escritor colombiano, una selección fotográfica, y la valoración que hace hoy Vargas Llosa de la vida y obra de García Márquez.
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Baltasar Bustos, un estudiante de derecho y empleado de la Audiencia de Buenos Aires, se introduce en la recámara del presidente de esa Audiencia y reemplaza a su hijo recién nacido por un niño negro, hijo de una prostituta enferma y azotada públicamente. Horas más tarde, el edificio se incendia y deja irreconocible el cadáver del niño negro. El hijo legítimo es entregado a esclavas.

Es la época en la que una juventud ilustrada por las lecturas de Voltaire, Rousseau y Diderot, e impulsada por el espíritu irrefrenable del romanticismo, se lanza a la lucha por la independencia. Tres amigos, que se alternan la narración, describen los preparativos de esa lucha y de sus batallas, las ideas que las alimentan y los tropiezos que sufren para lograr sus conquistas (sociales, sexuales, políticas).

La campaña, única novela integrante de la serie El tiempo romántico, nos permite ver las semejanzas y diferencias entre las luchas independentistas en diversos países latinoamericanos y las dudas de los caudillos (algunos, personajes reales de esas luchas; otros ficticios, pero igualmente poderosos), a través de la prosa siempre vital de Carlos Fuentes.
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Estas páginas son la crónica más íntima y honesta de los últimos días de un genio, escrita con la asombrosa precisión y la distancia justa de un testigo de excepción: el propio Rodrigo.

Así vemos el lado más humano de un personaje universal y de la mujer que le acompañó toda la vida y que apenas lo sobrevivió unos pocos años. Este relato, entreverado de recuerdos de una vida irrepetible, es la más hermosa despedida al hijo del telegrafista y su esposa.

Mi padre se quejaba de que una de las cosas que más odiaba de la muerte era el hecho de que sería la única faceta de su vida sobre la que no podría escribir. Todo lo que había vivido, presenciado y pensado estaba en sus libros, convertido en ficción o cifrado. «Si puedes vivir sin escribir, no escribas», solía decir. Yo estoy entre aquellos que no pueden vivir sin escribir, por eso confío en que me perdonaría. Otra de sus afirmaciones que me llevaré a la tumba es «No hay nada mejor que algo bien escrito». Esa resuena de forma particular, a medida que tomo conciencia de que cualquier cosa que escriba sobre sus últimos días puede llegar a publicarse fácilmente, sin importar su calidad. En el fondo sé que voy a escribir y a mostrar estos recuerdos de una u otra forma. Si tengo que hacerlo, recurriré incluso a otra cosa que nos decía: «Cuando esté muerto, hagan lo que les dé la gana».
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