Cuanto más tiempo permanezca aquí,
tanto más se llega a pensar
que las cosas son normales.
Haruki Murakami
Arturo Suárez Ramírez / @arturosuarez
Estimado lector, gracias. Esta semana llegamos al tercer informe de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, ya no hay expectativa por lo que pueda decir, no hay nada nuevo que informar a la ciudadanía que no se diga en sus conferencias mañaneras, a menos que se atreva a reconocer los fracasos de su administración en diferentes frentes como el económico y sus 55 millones 700 mil pobres, el combate a la pandemia y sus más de 257 mil muertos, el retraso en las obras del Tren Maya y Dos Bocas que estarán listas en 2024, los territorios perdidos en la guerra contra el crimen organizado y sus 98 mil 189 fallecidos. Insisto, solo un ápice de honestidad valiente del caudillo nos podría sorprender.
Como suele suceder en el sistema político mexicano, los presidentes comienzan a perder fuerza después de su cuarto año de gobierno en que comienzan a moverse las piezas de la sucesión presidencial. Con López Obrador todo se ha adelantado, quizás forzado por los malos resultados y el contexto internacional. Lo que vendrá para la segunda parte de su administración puede resultar bastante peligroso para todos y más con un presidente jugando a ser un dictador, lo vamos a ver más radical.
Lo que le pasó en Chiapas, donde un grupo de maestros le impidió el paso al campo militar es un síntoma de que el presidente del pueblo puede dejar de serlo. Ni escuchó a los inconformes, ni mostró autoridad (que no autoritarismo), lo mejor que pudo hacer fue quedarse inmóvil, el mensaje que se manda a sus detractores no puede ser bueno y es de debilidad, pereciera que cualquiera puede “secuestrar” al presidente y este no va a reaccionar.
Cuando Vicente Fox llegó a la presidencia con una gran expectativa, se daba el lujo de caminar por las calles del centro, recorrer la Alameda hasta llegar al templo de San Hipólito junto con Martha Sahagún, al paso del tiempo se tuvo que recluir en Los Pinos y no volver a tener contacto con el pueblo que había votado por él. Felipe Calderón nunca pudo tener actos públicos sin que hubiera filtros para la gente, le gritaron asesino, durante el Grito de Independencia tenían que llenarle la plaza de la Constitución y poner en el sonido local gritos para ocultar las mentadas de madre y los reclamos.
En el caso de Enrique Peña Nieto la fórmula continuó, a pesar de ser un presidente mediático desde su construcción, nunca pudo conectarse con el pueblo. Las cosas parecían que iban a cambiar con López Obrador, en los primeros meses de su gobierno se asomaba al balcón de Palacio Nacional y encontraba reconocimiento, sorprendía a quienes caminaban por la calle de Corregidora y lo aclamaban, ese privilegio se le está terminando, principalmente por su soberbia.
Imaginemos al caudillo desesperado por que el tiempo se le agota y no hay resultados, sus corcholatas no dan el ancho para la continuidad, el poder legislativo y judicial sometidos, las instituciones autónomas debilitadas, el Ejército empoderado y a la orden del presidente azuzando a sus siete millones de seguidores que no treinta y los demás ciudadanos inconformes, podría ser el contexto perfecto para la violencia y la imposición… Pero mejor ahí la dejamos.
Entre Palabras
La frase “el orgullo de mi nepotismo” es de López, pero no se confunda, se trata de López Portillo. En el gobierno de la 4T solo se recurre al primazo tabasqueño para que despache en Gobernación.
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Hasta la próxima.